Tras la Primera Guerra Mundial, un señor, el Ministro de Defensa de Francia, André Maginot decidió que la mejor manera de defenderse de un posible ataque alemán era hacer una fortificación, una serie de bunkers a modo de muralla china discontinua de hormigón y cañones fijos para evitar cualquier intento de ataque de los alemanes. En una época en la que la aviación, la infantería y la artillería motorizada era más que incipiente, aquella apuesta resultó ser un error mayúsculo, como así lo demostró la guerra relámpago del ejército alemán. No se disparó ni una bala desde aquellas construcciones de hormigón. No solo fue un error estratégico militar de primer orden sino que, además, supuso un desembolso económico brutal para las arcas del estado francés.
Y dirán, qué nos cuenta este hombre de la Línea Maginot y a cuento de qué. Bueno, por un lado, ampliar la mancha de aceite de las acciones irresponsables a democracias que solemos mirar como referencias, como es el caso de Francia (consuelo de tontos, lo sé) y, por otro, definir que, por muy grande y por mucho que se insista en presentarnos algo como necesario y útil para nuestro futuro (económico en este caso), no tienen porque ni ser cierto ni siquiera tener sentido. Porque de lo que hemos venido aquí a hablar es de la Regasificadora de Gijón, nuestra particular línea Maginot.
“La propuesta de hacer una Regasificadora en el Musel nunca tuvo sentido”
Nunca fue necesaria. Sin entrar en profundidad en lo que se denominó “plan energético” que tantas desilusiones ha traído a nuestra región, la propuesta de hacer una Regasificadora en el Musel nunca tuvo sentido. Se infló una burbuja, la del gas, en los primeros años del siglo XXI, diciendo que la demanda aumentaría muchísimo. Nunca fue cierto. No solo eso, sino que, además, se anunció que en el área de influencia de la Regasificadora de Gijón se construirían hasta dieciséis centrales de ciclo combinado que necesitarían, para su funcionamiento, del abastecimiento de gas de nuestra querida Regasificadora. Al final se construyeron solo dos de esas dieciséis.
Pero la cosa va más allá aún, dado que la instalación de una Regasificadora escapa de una escala local y regional, en aquellos momentos, cuando la idea pasó del papel al hormigón en 2010, nuestro país tenía una saturación de este tipo de instalaciones, que a día de hoy sigue y que la hacía, no solo innecesaria para el ámbito más cercano, sino para el conjunto de España y, si me apuran, de Europa. No es una exageración, teniendo en cuenta la capacidad de almacenaje de España respecto al conjunto de los países europeos. Todo esto, obviamente, hacía más que probable que no se llegase a usar. Situación que, pese a los anuncios interesados, aún sigue en mayo de 2021.
Fue ilegal, no debe olvidarse. Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid reconoció que en el momento de tramitación del expediente de la obra, la normativa vigente respecto a las distancias a núcleos de población, establecía que allí no podía ubicarse. Esa ley se modificó posteriormente y, ahora, casualmente, si encaja. La sentencia establecía que había que volver a realizar la tramitación administrativa, que es precisamente lo que ha ido ultimándose estos últimos meses y que ha vuelto a traer a la actualidad a nuestra querida Regasificadora.
Nos cuesta un dineral todos los años. Un tema que conviene tener claro es que desde 2012, fecha de la finalización de la obra, y gracias a las modificaciones legislativas realizadas por el siempre recordado, en nuestras peores pesadillas, señor Aznar, se posibilita que todos estos despropósitos (financieros), las empresas energéticas nos lo pasen, nos lo cobren en nuestros recibos del gas en este caso. Desde 2012 hasta ahora, la tranquila hibernación de la Regasificadora ha tenido un coste aproximado de 225 millones de euros, a razón, según señala el BOE de cada año, de unos 25 millones de euros de media. Y por aquello de establecer paralelismos e intentar que se nos escuche desde el Norte, eso son 75 millones más que el famoso aeropuerto de las personas de Castellón ¿os acordáis que eso salió en todos lados? Bueno, aquí les ganamos por la mano.
“La tranquila hibernación de la Regasificadora ha tenido un coste aproximado de 225 millones de euros”
Y luego está el futuro. Partiendo de la base de que fue una infraestructura diseñada con un objetivo que nunca va a cumplir, pasa a ser cuando menos dudoso. Futuro dudoso pese a querer denominarla ahora como una especie de cajón de sastre en el que cabe cualquier desarrollo y, como no, el del hidrogeno verde, que ahora está en boca de la mayor parte de la clase política, esa nueva moda que parece va a llevarse una cantidad ingente de recursos de los fondos europeos Next Generation. Cuando menos, tanta claridad de ideas ante un pasado y un presente tan opacos y absurdos da algo de miedito. Al menos, la Línea Maginot ha quedado como un monumento del pasado. Algo es algo.
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